El periodista Cardozo estaba ya exhausto, era un año de carnicería electoral constante que golpeaba la salud de cualquiera peor aun de un periodista político a cargo de cubrir la campaña de Juan Carlos Wasmosy Vs Luis Maria Argaña. Por eso la calurosa noche del 13 de Noviembre de 1992 en el cierre de campaña de ambos, en la que por un percance de otro periodista tuvo que cubrir ambos eventos, sintió que cuando hablaba Wasmosy sucedía ese instante químico mental que se llama “Dejavu”, sentir que lo que se escucha ahora ya se escucho antes o se sintió antes.
Parado en el Consejo Nacional de Deportes colmado por 5 mil correligionarios, Wasmosy proclamó a voz de cuello que su triunfo representaría una afirmación del proceso democrático y que no admitiría retrocesos. Cardozo lo escuchaba seguro que media hora antes había escuchado el mismo discurso en la boca de Argaña, pero – realmente - calculó que solo era un mal juego del stress acumulado en esos meses de incesante canibalismo y siguió grabando en su pesada grabadora de casette Panasonic.
Lo cierto es que realmente había ocurrido exactamente eso, en aquel electrizante cierre electoral, los dos enemigos políticos, terriblemente confrontados, Argaña y Wasmosy, leyeron el mismo, el mismísimo discurso. O mas exactamente, JCW había leído el mismo discurso que Argaña leyó un poco antes, esa misma noche. ¿ Que ocurrió antes para que ello sucediera?
En realidad si fuera en Hollywood seria una película encuadrada en ese delicioso genero llamado comedia de enredos en el que una cosa lleva a la otra para que ocurra lo impensable que terminará mezclando la salsa de una colosal tragicomedia.
Las especulaciones son por lo menos tres y todas deliciosamente divertidas, pero la versión que logré con el periodista, escritor y radialista Alberto Peralta, en una noche en la que solo bebimos agua mineral escasamente gasificada, creo que es bastante confiable, aunque debo agradecer otras versiones rescatadas que también enriquecen este intento de relato, que como siempre no pretende ser un rescate histórico sino la sal de una charla de amigos sobre anécdotas políticas.
Parece que queda claro que Luis Maria Argaña se escribió el mismo el discurso. En su casa lo vieron escribiendo. Lo hizo, como acostumbraba a hacer solo un día antes del cierre montado sobre una maquina de escribir Remington fabricada en 1970 a la que confiaba sus textos escribiendo velozmente y tecleando con dos dedos. Si bien también a veces dictaba sus ideas, como en el caso del Credo Político, en este caso lo redacto directamente.
Lo que paso con este texto para que finalmente apareciera como opción discursiva de Wasmosy es lo que se perdió por muchos años en la nebulosa de las especulaciones. Aquí es donde recurrí a varios amigos, todos ellos generalmente muy bien informados y me detuve en la versión Peralta.
Se estima que las hojas del discurso del cierre que emergieron de la Remington fueron luego – en el proceso de prepararlo para su lectura en el cierre – a las manos de una persona con amistad con el entorno familiar de Wasmosy, en donde habría contado que tenia en sus manos tal pieza oratoria y desde donde le habían pedido contar con ella “ solo para que Wasmosy supiera lo que Argaña va a decir”.
Y ESA PARECÍA SER LA INTENCIÓN REAL
En el día del cierre, Juan Carlos Wasmosy encontró sobre su escritorio tres carpetas: una contenía un discurso redactado por el escritor Helio Vera otra tenia el speech que habría diseñado el periodista y escritor Efraín Martinez Cuevas, y en la tercera carpeta, se habría consignado con un sticker la expresión “ discurso de Argaña” para que el futuro Presidente supiera anticipadamente lo que su archi rival diría esa noche.
Pero, al parecer, JCW no reparó en el rótulo y pensó que las tres carpetas eran propuestas de discursos y finalmente quedó fascinado con la tercera redacción porque – extrañamente – sentía que era eso lo que necesitaba decirle al país esa noche. Apartó ese discurso y fue con él hasta la sede del Consejo Nacional de Deportes.
LA NOCHE QUE ARGAÑA Y WASMOSY DIJERON LO MISMO
Mas, la serie de descuidos no acabó aquí, todavía hoy muchos se preguntan y el periodista Cardozo – que pensaba que solo había tenido un dejavú- también, ¿ como es posible que nadie avisara a Wasmosy que Argaña había leído el mismo discurso que el tenía en sus manos media hora antes?.
Eso también tiene una misma explicación, la que ratifica la teoría que se trataba de un error de buena fe: en las carpas Wasmosystas estaban seguros que el discurso que JCW se preparaba a pronunciar era el redactado por Helio Vera o el redactado por Efrain Martinez Cuevas.
Nadie en la campaña de Wasmosy se planteaba la idea de leer el discurso de Argaña esa noche como una estrategia porque finalmente – si eso fuera así- seria una estrategia ruinosa. Sea como fuera, ocurrió y ambos sectores se atrincheraron al día siguiente en sendas conferencias de prensa tratando de explicar que uno plagió al otro la pieza oratoria, arrojando mas leña al fuego de la campaña electoral mas encarnizada de la transición.
El silencio de los que escriben para Presidentes
Se sabe que en todo el mundo y en todas las épocas alguien o más de uno por Gobierno ha oficiado de speechwriter: redactor de discurso del Presidente. Generalmente escritores y en menor medida periodistas con mucha calidad para expresar y florecer ideas y transformar datos en poesía política se han ocupado de esto, y, por cierto, muy pocos fueron los Presidentes que escribieron personalmente sus discursos. Un líder de estado que escribía personalmente sus discursos era Churchill y otro, por citar, era Benedicto XVI.
El que alcanzó niveles antológicos con sus anécdotas sobre discursos era César Gaviria de Colombia que en una ocasión se dirigió directamente a su speechwriter ubicado en la concurrencia y le dijo: “con su perdón” y cambió la idea del texto.
NO ME PREGUNTEN QUE PUEDO HACER POR EL PAIS
Lo cual es muy curioso porque existe una convención no escrita sobre la no existencia de los escritores de discursos Presidenciales. Ellos son personajes que están condenados a vivir en el anonimato así produjera un discurso que sostuviera algo asi como “compatriotas: pregúntense no lo que su país puede hacer por ustedes, sino lo que ustedes pueden hacer por su país. Conciudadanos del mundo: no se pregunten qué pueden hacer por ustedes los Estados Unidos de América, sino qué podremos hacer juntos por la libertad del hombre”
Aunque la historia de Kennedy sostiene que el mismo redacto esta frase que cambio la historia, irreverentes de la indagación de los hechos, entran en controversia con esta versión señalando que en realidad fue una inspiración del escritor de discursos de JFK, Theodore Sorensen, «speechwriter» de su gobierno.
Obama tenía un reducido equipo de redactores encabezado por Cody Keenan y David Cámeron recurría a una joven de 31 años, catedrática de poesía, Clare Foges.
Pero en rigor y por razones de estética política estos personajes a cargo de tan importante misión en realidad “no existen”, porque no es políticamente aceptable que se retire del imaginario la ilusión que un Presidente redacte personalmente sus discursos.
En síntesis, el discurso del Presidente es una obra literaria que jamás tendrá la firma de sus autores porque esos autores no existen, el único que existe es el Presidente. Raisons de l'État que le llaman.
LA CALCULADORA Y EL ELECTROCARDIOGRAFO
Para construir un discurso presidencial se requieren dos elementos, una calculadora y un electrocardiógrafo, porque se trata de datos para el racional de los votantes con una buena cobertura del chocolate de la emoción. Ambos por separado no funcionan. Excelentes candidatos quedaron en la banquina de una campaña por apelar solamente a la racionalidad en sus discursos, en tanto la química de las campañas es eminentemente emotiva.
Un buen ejemplo de como un tecnócrata confíaba en la emoción es el Presidente Mauricio Macri quien puso a redactar sus discursos a Alejandro Rozitchner, quien fue guionista de Gasalla, hizo cosas con el Flaco Spinetta, escribió un libro con Calamaro y luego fue carpintero de los discursos del Presidente argentino, al menos, en sus mejores mas exitosos.-
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